De los transmundanos, (Així parlà Zaraustra), Nietzsche
Aquí deixo el capítol sencer que he comentat en el treball:
En otro tiempo también
Zaratustra proyectó su ilusión más allá del hombre, lo mismo que todos los
trasmundanos. Obra de un dios sufriente y atormentado me parecía entonces el mundo.
Sueño me parecía entonces
el mundo, e invención poética de un dios; humo coloreado ante los ojos de un
ser divinamente insatisfecho.
Bien y mal, y placer y
dolor, y yo y tú - humo coloreado me parecía todo eso ante ojos creadores. El
creador quiso apartar la vista de sí mismo, - entonces creó el mundo.
Ebrio placer es, para quien
sufre, apartar la vista de su sufrimiento y perderse a sí mismo.
Ebrio placer y un
perderse-a-sí-mismo me pareció en otro tiempo el mundo.
Este mundo, eternamente
imperfecto, imagen, e imagen
imperfecta, de una contradicción eterna - un ebrio placer para su imperfecto
creador: - así me pareció en otro tiempo el mundo.
Y así también yo proyecté
en otro tiempo mi ilusión más allá del hombre, lo mismo que todos los
trasmundanos. ¿Más allá del hombre, en verdad?
¡Ay, hermanos, ese dios que
yo creé era obra humana y demencia humana, como todos los dioses!
Hombre era, y nada más que
un pobre fragmento de hombre y de yo: de mi propia ceniza y de mi propia brasa
surgió ese fantasma, y, ¡en verdad!, ¡no vino a mí desde el más allá!
¿Qué ocurrió, hermanos
míos? Yo me superé a mí mismo, al ser que sufría, yo llevé mi ceniza a la
montaña, inventé para mí una llama más luminosa. ¡Y he aquí que el fantasma se
me desvaneció!
Sufrimiento sería ahora
para mí, y tormento para el curado, creer en tales fantasmas: sufrimiento sería
ahora para mí, y humillación. Así hablo yo a los trasmundanos.
Sufrimiento fue, e
impotencia, - lo que creó todos los trasmundos; y aquella breve demencia de la
felicidad que sólo experimenta el que más sufre de todos.
Fatiga, que de un solo salto quiere llegar al final, de
un salto mortal, una pobre fatiga ignorante, que ya no quiere ni querer: ella
fue la que creó todos los dioses y todos los trasmundos.
¡Creedme, hermanos míos!
Fue el cuerpo el que desesperó del cuerpo, - con los dedos del espíritu
trastornado palpaba las últimas paredes.
¡Creedme, hermanos míos!
Fue el cuerpo el que desesperó de la tierra, - oyó que el vientre del ser le
hablaba.
Y entonces quiso meter la
cabeza a través de las últimas paredes, y no sólo la cabeza, - quiso pasar a
«aquel mundo». Pero «aquel mundo» está bien oculto a los ojos del hombre, aquel
inhumano mundo deshumanizado, que es una nada celeste; y el vientre del ser no
habla en modo alguno al hombre, a no ser en forma de hombre.
En verdad, todo «ser» es
difícil de demostrar, y difícil resulta hacerlo hablar. Decidme, hermanos míos,
¿no es acaso la más extravagante de todas las cosas la mejor demostrada?
Sí, este yo y la
contradicción y confusión del yo continúan hablando acerca de su ser del modo
más honesto, este yo que crea, que quiere, que valora, y que es la medida y el
valor de las cosas.
Y este ser honestísimo, el
yo - habla del cuerpo, y continúa queriendo el cuerpo, aun cuando poetice y
fantasee y revolotee de un lado para otro con rotas alas.
El yo aprende a hablar con
mayor honestidad cada vez: y cuanto más aprende, tantas más palabras y honores
encuentra para el cuerpo y la tierra.
Mi yo me ha enseñado un
nuevo orgullo, y yo se lo enseño a los hombres: ¡a dejar de esconder la cabeza
en la arena de las cosas celestes, y a llevarla libremente, una cabeza terrena,
la cual es la que crea el sentido de la tierra!
Una nueva voluntad enseño
yo a los hombres: ¡querer ese camino que el hombre ha recorrido a ciegas, y
llamarlo bueno y no volver a salirse a hurtadillas de él, como hacen los
enfermos y moribundos!
Enfermos y moribundos eran
los que despreciaron el cuerpo y la tierra y los que inventaron las cosas
celestes y las gotas de sangre redentoras: ¡pero incluso estos dulces y
sombríos venenos los tomaron del cuerpo y de la tierra!
De su miseria querían
escapar, y las estrellas les parecían demasiado lejanas. Entonces suspiraron:
«¡Oh, si hubiese caminos celestes para deslizarse furtivamente en otro ser y en
otra felicidad!» - ¡entonces se inventaron sus caminos furtivos y sus pequeños
brebajes de sangre!.
Entonces estos ingratos se
imaginaron estar sustraídos a su cuerpo y a esta tierra. Sin embargo, ¿a quién
debían las convulsiones y delicias de su éxtasis? A su cuerpo y a esta tierra.
Indulgente es Zaratustra
con los enfermos. En verdad, no se enoja con sus especies de consuelo y de
ingratitud. ¡Que se transformen en convalecientes y en superadores, y que se
creen un cuerpo superior!
Tampoco se enoja Zaratustra
con el convaleciente si éste mira con delicadeza hacia su ilusión y a
medianoche se desliza furtivamente en torno a la tumba de su dios: mas
enfermedad y cuerpo enfermo continúan siendo para mí también sus lágrimas.
Mucho pueblo enfermo ha
habido siempre entre quienes poetizan y tienen la manía de los dioses; odian
con furia al hombre del conocimiento y a aquella virtud, la más joven de todas,
que se llama: honestidad.
Vuelven siempre la vista
hacia tiempos oscuros: entonces, ciertamente, ilusión y fe eran cosas
distintas; el delirio de la razón era semejanza con Dios, y la duda era pecado.
Demasiado bien conozco a
estos hombres semejantes a Dios: quieren que se crea en ellos, y que la duda
sea pecado. Demasiado bien sé igualmente qué es aquello en lo que más creen
ellos mismos.
En verdad, no en trasmundos
ni en gotas de sangre redentora: sino que es en el cuerpo en lo que más creen,
y su propio cuerpo es para ellos su cosa en sí.
Pero cosa enfermiza es para
ellos el cuerpo: y con gusto escaparían de él. Por eso escuchan a los
predicadores de la muerte, y ellos mismos predican trasmundos.
Es mejor que oigáis,
hermanos míos, la voz del cuerpo sano: es ésta una voz más honesta y más pura.
Con más honestidad y con
más pureza habla el cuerpo sano, el cuerpo perfecto y cuadrado: y habla del
sentido de la tierra.
Así
habló Zaratustra.